De todos los activos que poseen las empresas, sólo hay uno que es común a todas ellas y que las diferencia a la vez: el conocimiento. Bien se trate de una empresa que diseña soluciones tecnológicas, una que pone en nuestras casas cualquier producto en tiempo record o que nos presta el servicio que necesitamos para mantener nuestro bienestar, todos estos negocios son sólo posibles gracias al conocimiento de las personas que los forman.
Bajo esta afirmación parece lógico que, cada vez más, las empresas pongan énfasis en diseñar mecanismos que garanticen una eficiente gestión del “conocimiento que las rodea”. Para ello, las organizaciones definen una serie de acciones con el objeto de capturar, almacenar y trasferir el conocimiento, pero siempre teniendo como último fin la generación de nuevo conocimiento, que es la mayor ventaja competitiva de cualquier empresa. Pero, ¿qué entendemos por conocimiento?
Hoy en día, utilizamos la palabra “conocimiento” en diferentes contextos y situaciones siendo difícilmente distinguible de otras palabras tales como “información”, “comprensión”, “sabiduría”, etc. Aun así, está bastante aceptado que el conocimiento no es solo información, sino algo más complejo y estructurado. Por hacer una analogía, la diferencia entre información y conocimiento es similar a la que entre “oír” y “escuchar”. Escuchar – al igual que conocer - tiene un mayor grado de conciencia e interiorización de la información.
Varios autores han intentado explicar las diferencias entre dato, información y conocimiento. Así Robert J. Thierauf en su libro “Knowledge Management Systems for Business” define perfectamente estos tres elementos:
- Datos: son hechos o cifras que se nos presentan sin ningún tipo de clasificación o tratamiento. No se percibe patrón de orden alguno, por lo que no podemos considerarlo información útil. Como ejemplo, pensemos que nos envían un archivo Excel con 365 filas y 2 columnas rellenas de números pero que no sabemos que son – esto son datos, sin más.
- Información: cuando los datos son clasificados o contextualizados podemos empezar a hablar de valor, o con utilidad. En el mismo ejemplo del archivo Excel, imaginemos que el archivo forma parte de un estudio sobre el cambio climático y que alguien ha titulado la tabla indicando que la primera columnas es una fecha y la segunda columna es la temperatura media (en ºC) en una determinada región. Sin duda, el contexto (el estudio sobre cambio climático) y la categorización de los datos (el nombre de las columnas de la tabla) nos han dado una nueva perspectiva sobre lo que tenemos enfrente. Podemos decir que tenemos delante de nuestros ojos una información relevante. Pero, ¿es esto conocimiento? Depende…
- Conocimiento: como ya hemos hablado parece que el conocimiento es parte de algo mayor dentro de esta pirámide que estamos construyendo. El conocimiento no se queda sólo en la información, es decir, en el mero hecho de estructurar los datos para que tengan un significado, sino también en la capacidad para entenderlos. En el ejemplo de las temperaturas del archivo Excel, aunque se trate de un ejemplo bastante simple, podríamos pensar que hace falta que la persona que maneje ese archivo debe tener la capacidad o el conocimiento (valga la redundancia) para que esa información sea útil. Por tanto, el conocimiento son una serie de datos que nos dan una información susceptible de ser utilizada con algún fin.
Gamble y Blackwell nos dan una definición más estricta: “el conocimiento es una mezcla de experiencias, valores, información contextualizada, percepciones e intuición que nos provee de un entorno y estructura para evaluar e incorporar nuevas experiencias e información”.
En las organizaciones, el conocimiento no sólo se registra en documentos o repositorios sino también en las rutinas, normas y prácticas de trabajo de cada uno de sus empleados. Aun cuando los nuevos sistemas IT han hecho facilitado la gestión de la información, todavía queda mucho campo de mejora en cuanto a su gestión para sacar el máximo provecho.